Una leyenda es un hilo que conecta generaciones. Y la relación que teje es preciosa y peculiar. Como pocas piezas literarias, la leyenda suele recurrir al lenguaje oral, en lugar de al escrito. Así, si no es contada, desaparece; pero cada vez que se cuenta gana y pierde detalles y énfasis en alguno de sus elementos.
La leyenda se transforma en una pieza viva, que, cuando llega a nosotros, es porque se le celebra y atesora. Así, cada uno de estos relatos es un regalo, que, en el momento preciso, nos toca transmitir.
La historia de Morelos y, consecuentemente, sus costumbres y tradiciones, se alimentan y justifican en gran medida por sus leyendas; recordándonos que todos estos textos considerados míticos y “sobrenaturales”, son verdaderos, pues guían la realidad de nuestro día a día.
Te contamos 5 para que las lleves contigo y las regales, cuando sea necesario…
La Tepexinola
Se cuenta que el guerrero Popocatépetl se robó a la hija y al nieto del Nevado de Toluca. Este, tremendamente enojado, lanzó una maldición sobre la hija: si en cualquier momento ella miraba hacia atrás, los convertiría en piedra, a ella y a su hijo.
El camino era muy largo y tuvieron que detenerse, para que ella pudiera orinar. Apenada, se adentró en los matorrales y, para no perder el sendero de vuelta, le dejó a Popocatépetl una punta del rebozo. Pero, sin pensarlo, cuando caminaba de regreso, miró hacia atrás. Al instante, ella y su niño fueron convertidos en piedras. Sólo y muy triste, Popocatépetl se fue.
La mujer había sido convertida en el cerro de la Tepexinola en Amatlán, Tepoztlán, (Cerro de la mujer), un sitio poderoso, donde se rinde culto a la fertilidad. Cerca de ahí, sobre el antiguo espacio de culto, se construyó la iglesia de Santa María Magdalena y las parejas que anhelan tener un hijo, pero no lo logran, visitan estos recintos para cambiar su suerte.
Se acostumbra hacerle a la pareja una limpia con un huevo y con un ramo de flores. A continuación, se deja una ofrenda en el cerro con juguetes infantiles y dulces.
La leyenda del Tepozteco
Vivía en una comunidad xochimilca, una princesa. Dicen que era tan “bella como la misma luna”. Tan preciosa era, que tenía una guardiana para protegerla de miradas indiscretas. Pero un día, mientras la chica se bañaba en el río de Atongo un pájaro de color rojo, que venía volando desde el Cerro del aire, se detuvo a descansar en una rama cercana. Mientras ella se lavaba delicadamente, el pájaro comenzó a cantar dulcemente.
Cotidianamente se encontraban en el río y, mientras ella limpiaba su piel perfecta, el pájaro la adornaba con sonidos. Pero un día, mientras ella contemplaba su rostro reflejado en el agua, el pájaro dejó caer una de sus rojas plumas. La chica la levantó y se la puso amorosamente como un adorno en el cabello.
Al día siguiente, el pájaro no volvió. El tiempo pasaba y la chica lo esperaba, pero el canto había cesado. Ella se llenó de una espantosa tristeza. Tres meses después, su depresión era tan grave que su rostro había cambiado. Sus padres, preocupados, decidieron llamar a un curandero. El sabio concluyó que la chica estaba embarazada.
La madre de la chica se desmayó al escucharlo. El padre no podía creerlo. Muy enojado, decidió matar a la guardiana, responsable de mantener la pureza de la joven. Sin embargo, el niño nació. Para evitar el escándalo, el padre de la princesa decidió terminar también la vida del bebé.
Primero lo arrojó a un hormiguero; pero los insectos intuyeron su grandeza y, en lugar de comerlo, decidieron alimentarlo con sus propias migajas. Enojado, el dirigente decidió colocar al bebé en un maguey, para que los fuertes rayos del sol lo quemaran. Pero la sabia planta, decidió darle de beber el delicioso aguamiel, para que el niño siguiera con vida.
Finalmente, el hombre decidió colocar a su nieto en una canasta, que arrojó al río. Una pareja de ancianos lo encontraron y decidieron criarlo como propio, con muchísimo amor. Con el tiempo, se dieron cuenta de que el niño –que lentamente se transformó en un joven muy fuerte– tenía poderes mágicos, pues era hijo del dios del viento.
Pero las malas noticias volvieron. En aquella época, un terrible monstruo habitaba cerca del pueblo. Para mantenerlo tranquilo, los pobladores le mandaban a un hombre cada semana, para que peleara con él. Ninguno había vuelto hasta entonces. Tristemente llegó el turno del joven. En su camino, decidió ir recogiendo trazas de obsidiana y las guardó entre sus ropas.
El monstruo lo devoró inmediatamente, pero dentro de su panza, el joven sacó las obsidianas y asesinó a la criatura. Cuando fue liberado, era ya una corriente de aire mágico. El héroe voló hasta el cerro y encendió una fogata de humo blanco. Los pobladores sabían que el monstruo estaba muerto y nombraron al cerro “El Tepozteco”, donde aún sopla el aliento divino del hijo de la princesa y el pájaro.
Ometochtli: el conejo en la Luna
Retomada de: Leyendas Mexicanas para disfrutar en Familia.
Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.
–¿Qué estás comiendo?,– le preguntó.
–Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
–Gracias, pero yo no como zacate.
–¿Qué vas a hacer entonces?
–Morirme tal vez de hambre y de sed.
El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo;
–Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:
–Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.
Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:
–Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.
La leyenda de los dos volcanes
El imperio Azteca dominaba todo el Valle de México. Para probar y asegurar su supremacía, le pedían tributo a los pueblos que sometían. Pero un día, el cacique de los tlaxcaltecas decidió luchar por su pueblo y oponerse al régimen.
Así, decidió que emprendería la guerra. Mandó, por supuesto, a los mejores guerreros. Entre ellos Popocatépetl; un joven especialmente apuesto que se había ganado el corazón de la princesa, la preciosa Iztaccíhuatl. Se amaban profundamente y por eso, Popocatépetl le pidió al cacique la mano de su hija.
El líder aceptó feliz y le prometió que podría tenerla, si regresaba victorioso de la batalla. Popocatépetl partió con la promesa en el corazón. Sin embargo, un rival del guerrero, celoso del amor que tenía con la princesa, le dijo a Iztaccíhuatl que el amado había muerto luchando. Ella le creyó y la tristeza terminó por matarla.
Cuando Popocatépetl regresó con la victoria a su pueblo, buscó a la princesa y se encontró con la terrible noticia. Vagó por las calles sin saber qué hacer, completamente perdido. Pero un día decidió honrar a la mujer amada y mandó construir una gran tubma frente al Sol, amontonando 10 cerros que formaban una impresionante montaña.
Tomó el cuerpo de la princesa, lo llevó a la cima y lo recostó. Le dio un beso y se hincó junto a ella con una antorcha, para velar su sueño eterno. Uno frente al otro aún se encuentran, convertidos en volcanes y Popocatépetl suspira con el corazón encendido.
*Imagen destacada: Jesús Helguera