Hablar del corrido mexicano es hablar de Revolución. Esta tiene su nacimiento en Morelos, así como Samuel M. Lozano, padre del corrido, oriundo de Cuernavaca. Adelita y La rielera —éxitos populares que seguramente has escuchado de fondo en alguna plaza pública— fueron compuestos por este peculiar personaje.
Lozano creció en el panorama plagado de injusticias que nutrió a personajes como Emiliano Zapata —entorno de haciendas y tiendas de raya— que lo inspiraría a aprender a escribir y sacar de su pecho hinchado, dolorosos y gloriosos sentimientos que pondría en verso.
El compositor, por motivos turbios, terminó luchando y se vio envuelto por las líneas enemigas, cuando fue enlistado en la renombrada División del Norte, situación que lo llevó a escribir letras como El centauro del norte. Estos corridos narran momentos paradigmáticos en México, como la persecución del General Francisco Villa lanzada por Carranza para asesinarlo y posteriormente La muerte del General Francisco Villa.
Otro corrido célebre, Adelita, combina con sencillez la pasión de la batalla y el amor esporádico de una mujer dejada atrás o en espera del regreso: matices de vida en medio de la guerra; el dolor de la pérdida; la dulzura de la victoria…
Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar. Si por mar en un buque de guerra. Si por tierra en un tren militar.
Lozano, después, pasó mucho tiempo merodeando mercados y plazas, pregonando palabras que recordaban hazañas y fracasos, siempre con un morral lleno de partituras y una guitarra colgada del hombro.
Este estilo de cantar historias en lugares públicos daría pie a una cultura nacional del corrido, que sería retomada por incontables cantautores e interpretada por todo tipo de bandas, cantantes y grupos musicales (hasta la fecha). Los ídolos se han diversificado y las épicas, generalizado: hoy en día el panorama del corrido en México abarca un enorme espectro de situaciones, narrando historias de todos los tipos y colores.
Las letras de Samuel Lozano son crónicas de la vida heróica de la época, escritas como Dios le dió a entender y cantadas a todo pulmón, sin deberla ni temerla, frente a fondas, pulquerías y paredones, que por azares del destino sobrevivieron al tiempo; rescatan la vida infausta de aguerridos compatriotas, pasados por las armas, por los que resuenan lejanas, campanas del olvido.