En Morelos abunda el misterio: hay una mezcla de elementos que no puede tener una sola respuesta; un remolino de situaciones y recuerdos que se materializa de boca en boca; un susurro que toma la forma de animales, de personas con habilidades extrañas y de lugares con historias bizarras.
No solo son mitos y leyendas locales, sino experiencias vivas, de personas de carne y hueso. Una de estas, es la presencia de nahuales (animales que se convierten en humano y viceversa) que se ha atestiguado en muchas partes del estado, desde tiempos sin historia.
Recuerdo estar caminando de regreso a casa en Tepoztlán, en una calle desierta en la madrugada. El empedrado era iluminado tímidamente por la luz amarillenta de un farol, luego oscuridad, luego otro farol. Sólo se escuchaban mis pasos y el eco de ladridos mezclándose a la distancia. Al acabar la calle, me encontré con una de esas fuentes incrustadas en la esquina, una especie de altar a la Virgen, que suele ser utilizada como destino nocturno de dos o tres bebedores esporádicos, unidos por la casualidad y la última botella.
Pero ora no hay nadie, sólo un perro estirándose para beber del agua estancada, sobre sus patas traseras. Pensé por un momento que podría ser agresivo; que tal vez podía pasar a su lado sin que se diera cuenta; pensé que si lo asustaba podría reaccionar violentamente. De cualquier forma, era muy tarde para evitar la situación: el perro dejó de beber y se quedó quieto. Olfateó el ambiente y luego giró la cabeza. Gruñó ínfimamente mientras me miraba con sus ojos impenetrables. Me quedé quieto y él lo tomó como un reto: giró completamente, enfrentándome, sin dejar de mantenerse sobre dos patas; se veía imponente de esa forma, casi de mi altura. Transcurrieron unos segundos de hielo y luego el perro corrió hacia mí, aún en dos patas, como si fuera un hombre; jadeando, rozó mi hombro y se esfumó en la oscuridad de la calle.
Y sé que no soy el único que los ha visto. En la época prehispánica, se creía que ciertos personajes mágicos, como los sacerdotes y chamanes, se transformaban en animales para obtener sus características y resolver problemas relacionados con el clima y las enfermedades. Luego de la colonización española, estas creencias fueron vistas como parte de una tradición de brujería y paganismo, que, como muchas leyendas y mitos indígenas, se fueron erradicando.
De forma similar, los perros formaban parte de la cosmogonía de nuestros antepasados. Se creía que durante el viaje al Mictlán o inframundo, que uno iniciaba al morir, era acompañado por un perro que lo ayudaba a cruzar el río Chiconahuapan para completar su viaje. El perro era visto como un animal espiritual que protegía a su dueño.
El miedo que actualmente tienen muchos pobladores originarios de Morelos a los nahuales, seguramente viene de este pastiche de memorias, que han pasado de ser las creencias más profundas de los pueblos indígenas, a hostiles satanizaciones, pasando por toda clase de matices, incluso versiones positivas, donde los nahuales son personas canalizando su animal espiritual.
El hecho de que actualmente la gente continúe encontrando y temiendo a estas criaturas, demuestra que sigue habiendo un vínculo con esa forma antigua y mágica de resolver el mundo, cuyas reminiscencias aún destellan en algunas calles del país, mezclándose con ecos de ladridos a la distancia.
*Gifs del artista mexicano Chacalall