Jaripeos: superstición, ambiente y vibrantes rituales
15 / abril / 2018

No por nada estos espectáculos son el corazón de Morelos.

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En México hay una extensa cultura de ranchos, pero no siempre hubo caballos aquí. El jaripeo nace en las haciendas de Nueva España, cuando llegan toda clase de cosas de Europa y, entre ellos, caballos y toros. El trabajo con los animales era dejado a los peones, porque estaba relacionado con la tierra, el sol, el sudor y el estiércol. Los hacendados no metían las manos en esos asuntos.

Y no era para menos. No es un trabajo fácil, requiere fuerza y cierta valentía, sobre todo tratando con animales de alrededor de mil kilos. Territoriales. Agresivos. Las personas que trabajaban en los ranchos empezaron a domesticar realmente a estas bestias para explotar su carne y su fuerza, pero también desarrollaron una relación amistosa con ellos y comenzaron a  montarlos por diversión.

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Fotografía: Pablo Garcillazo.

Así, en Morelos, lugar de haciendas y vida campestre, uno de los eventos más populares es el jaripeo. La gente se presenta en grandes cantidades, vestida con su ropa elegante y fuerte: camisas arremangadas,  botas y chalecos de piel, jeans, espuelas y sombreros. Esto puede parecer estereotípico, pero es realmente ropa de trabajo: los pantalones tienen que ser ajustados, porque si no te resbalas; las hebillas tienen que estar bien arriba para que se vean y los sombreros, bien puestos. Los jinetes entran a la arena, miran a la gente, se persignan, dibujan una cruz en la tierra. Es un juego y una celebración, pero no por eso pierde seriedad. Lo que uno se juega aquí es la vida.

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Fotografía: Alfredo Fernández.

Los toros parecen haber sido agitados adrede. Toda la energía, la tensión de los músculos y los bufidos, hierve en potencia. El jinete sube y se envuelve la mano derecha, la del guante, con la cuerda del toro. Bien apretada. Con la izquierda indica que está listo y abren la reja. La gente grita. El toro sale disparado, tratando de arrancarse al depredador que piensa tener sobre su lomo, frenético. Es difícil ver lo ágil que es el toro a pesar de su peso: sus patas traseras se elevan muy por encima de la altura del jinete y este se mueve como si fuera de trapo.

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Fotografía: Arturo Treminio.

Finalmente el toro logra aventarlo lejos de sí y los payasos se acercan corriendo para distraerlo y evitar que este aplaste al jinete, que se incorpora escupiendo un buen bocado de tierra y ajustándose el sombrero.

En Morelos hay una fuerte necesidad resolver la contradicción de las tradiciones, como la que hay entre los antecedentes prehispánicos guerreros y el hecho de creerse protegido cuando uno se persigna. Estas contradicciones se resuelven en el sincretismo, en la adaptación de una cotidianidad que finalmente se vuelve autónoma.

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Fotografía: Osiel Guerrero.

El trabajo sobre los animales se convierte en domesticación y luego en celebración. A diferencia de las corridas de toros españolas, no se los mata; se los monta. No hay necesidad de aplastar al animal, ni siquiera de domarlo; el jinete sabe que va a caer, pero debe resistir al menos 8 segundos. Él, por un breve momento, es dueño de sí mismo y toda la gente puede apreciarlo.

Por esto, los jaripeos en Morelos son increíblemente populares. Son un espectáculo que reúne adrenalina y expectativa, llenos de familias eufóricas, conviviendo a la altura de los campeones locales que no se dejan intimidar por ningún peligro.

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