Sin duda en México, cuando se trata de la muerte como concepto, nos gusta estirar la liga. Nuestra relación con este fenómeno (que es al mismo tiempo un personaje de nuestro imaginario) es de una familiaridad tan extrema, que incluso disfrutamos burlarnos de él. Somos muy cercanos a la muerte, en el sentido de que no la hacemos invisible; al contrario: tenemos muchas maneras de honrarla y hasta celebrarla.
En Morelos, específicamente en el municipio de Tetela del Volcán, hay una tradición muy curiosa que nos recuerda que, para muchos mexicanos, la muerte simplemente es otra vida. Hablamos de los huehuenches. Estos personajes tienen aproximadamente 100 años de historia en este municipio y más que una “representación de los muertos”, son una especie de canalización en vida de los que ya se fueron.
Quien se decide a ser huehuenche, se disfraza representando a un familiar difunto: tal vez de albañil, campesino, brigadista, quinceañera, estudiante, músico. Con el disfraz viene una máscara que muestra un rostro fantasmal, no cadavérico, pero sí un poco deformado o parodiado. La imagen es una combinación de lo aterrador, lo simpático y una merecida dosis de ingenio mexicano.
Cada año, el 1 de noviembre, los huehuenches se posan en las tumbas del difunto del que se disfrazaron y aguardan, permitiendo que el muerto “habite” su cuerpo. Así, les permiten volver a la tierra de los vivos a celebrar con sus familiares y amigos. A las 12:00 en punto comienzan a sonar las campanas de San Jerónimo y con eso se inaugura la huehuenchada. Todos los enmascarados desfilan desde el panteón del pueblo hasta la plaza, acompañados de tremendos sonidos que tocan unas ricas cumbias. Felices bailan y beben.
En Morelos, específicamente en el municipio de Tetela del Volcán, hay una tradición muy curiosa que nos recuerda que, para muchos mexicanos, la muerte simplemente es otra vida. Hablamos de los huehuenches. Estos personajes tienen aproximadamente 100 años de historia en este municipio y más que una “representación de los muertos”, son una especie de canalización en vida de los que ya se fueron.
Quien se decide a ser huehuenche, se disfraza representando a un familiar difunto: tal vez de albañil, campesino, brigadista, quinceañera, estudiante, músico. Con el disfraz viene una máscara que muestra un rostro fantasmal, no cadavérico, pero sí un poco deformado o parodiado. La imagen es una combinación de lo aterrador, lo simpático y una merecida dosis de ingenio mexicano.
Cada año, el 1 de noviembre, los huehuenches se posan en las tumbas del difunto del que se disfrazaron y aguardan, permitiendo que el muerto “habite” su cuerpo. Así, les permiten volver a la tierra de los vivos a celebrar con sus familiares y amigos. A las 12:00 en punto comienzan a sonar las campanas de San Jerónimo y con eso se inaugura la huehuenchada. Todos los enmascarados desfilan desde el panteón del pueblo hasta la plaza, acompañados de tremendos sonidos que tocan unas ricas cumbias. Felices bailan y beben.
Cuando termina la procesión, hacia la noche, se dirigen a sus casas y disfrutan las ofrendas que la familia les ha servido: rico mole, tamales, pollo, arroz con leche, frutas, bebidas y por supuesto, pan de muerto. De esta manera lo huehuenches prestan su cuerpo vivo a los muertos para que se deleiten con las delicias de la tierra. Una práctica que sin duda sorprende a los foráneos, pero es signo de un cariño inmenso por aquellos que en vida dejaron un impacto especial en los que los rodeaban. Algunos incluso portan la ropa que pertenecía a los difuntos, así se impregnan de su espíritu.
Aunque huehuenche es una palabra de raíces indígenas que significa viejo, en las últimas huehuenchadas también participan niños y jóvenes, representando a los difuntos queridos de todas las edades. En el día de muertos de 2017 también se rindió homenaje a quienes ayudaron en el sismo, así, había huehuenches vestidos de brigadistas, paramédicos y rescatistas que “repartieron víveres” a los asistentes.
Cuando la fiesta acaba, el 2 de noviembre, los huehuenches regresan el espíritu de sus muertos al panteón y estos se quedan esperando hasta el próximo año, para volver a danzar entre los vivos.
Aunque huehuenche es una palabra de raíces indígenas que significa viejo, en las últimas huehuenchadas también participan niños y jóvenes, representando a los difuntos queridos de todas las edades. En el día de muertos de 2017 también se rindió homenaje a quienes ayudaron en el sismo, así, había huehuenches vestidos de brigadistas, paramédicos y rescatistas que “repartieron víveres” a los asistentes.
Cuando la fiesta acaba, el 2 de noviembre, los huehuenches regresan el espíritu de sus muertos al panteón y estos se quedan esperando hasta el próximo año, para volver a danzar entre los vivos.