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Fumes from a burning substance: visiones de oro, fuego y sangre

15 / julio / 2018

A través de su obra este artista encontró su lugar en el mundo e invita a que cada espectador busque el suyo.

De entre todas las palabras que  de forma casi cruel reunimos en la lista de “indefinibles” arte debe ser la más temida.

Mientras que se usa constantemente y sin escrúpulos, se prefiere no contestar a la pregunta sobre lo que es. Tal vez esto sea precisamente porque el arte se construye lejos de su consumidor; se fabrica, en realidad, para afectarlo de una forma determinada, como lo hace un truco de magia. Y, si en su estar excepcional en el mundo develara sus “interiores” o los márgenes que lo controlan (como cuando se ven los cables de donde cuelga quien flota en el escenario), probablemente no sería el arte ni tan poderoso, ni tan mágico.

Sin embargo, hay magos y hay artistas que se dedican a fabricar estos aparatos para hacer sentir a través del artificio. Y también hay espectadores que, en silencio y dudosos hasta de sus cuestionamientos interiores, se dejan seducir por el truco a sabiendas de que se les está ocultando algo. Es tal vez en esta tensión donde comienza el complejo, arriesgado y dolorosamente hermoso trabajo del artista morelense Ian Benet.

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Su casa está en Tepoztlán, donde creció junto a los míticos cerros y un ambiente intenso de lucha social. Su familia se conforma de artistas y activistas ambientales y sociales. Es, probablemente, en este contexto que le surge la “inquietud” de entender de dónde viene realmente la “necesidad de resistir”, de explorar las tensiones que llevan a los contrastes sociales y, posteriormente, a las revoluciones. Comienza, entonces, con preguntas como ¿cuáles son los factores que insinúan un movimiento de resistencia? Y, si uno de esos factores en un modelo de represión, ¿cómo funciona?, ¿cómo funciona el poder? Y, también, ¿cómo funciona el fascismo?

Su conclusión más relevante es que a lo que las resistencias sociales se enfrentan es a poderes que se afianzan gracias a sistemas o modelos reforzados por personas que los perciben como correctos, adecuados, incluso bellos y que, desde esta posición embelesada y —en el peor de los casos— acrítica, aparecen claros, pero no develan ni sus márgenes, ni sus interiores (como nos pasa con el arte, a los incautos).

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Para probar sus conclusiones se decidió a analizar un modelo, en primer lugar desde la investigación sobre el mismo; después, estudiando los movimientos sociales que se le resisten y, por último, “graficando” este proceso a través del arte plástico. El modelo elegido es Occidente (y todo lo que representa, como capitalismo, sistemas neoliberales, modernidad y postmodernidad) y su resistencia está encarnada en Medio Oriente. Por supuesto tanto el modelo como la resistencia son gigantes, así que decidió elegir dos fenómenos concretos para representarlos. Para Occidente eligió la moda y para Medio Oriente el terrorismo.

De esta manera, aunque ambas cosas parecen, de reojo, completamente desligadas, Ian Benet nos demuestra que se pueden conectar sin problema. La moda, la riqueza, la limpieza, la belleza clásica se han construido en un proceso que discrimina, reprime y explota territorios; estos territorios son los países en donde hay guerras brutales derivas de la inestabilidad política provocada por la escasez de recursos (especialmente el petróleo) y la intervención extranjera; países como Siria.

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Es curioso: Siria (región que Ian utiliza como referente) fue ocupada por Francia—capital de la moda— por un cuarto de siglo. Sí, la moda y el terrorismo están íntimamente relacionadas y este artista lo hace ver en su obra, remezclando elementos visuales de ambos fenómenos aparecidos en los grandes medios: anuncios de perfume y videos que muestran actos de terrorismo en Siria o ligados al mismo.

Por otro lado, sería relativamente incongruente que el artista morelense nos presentara sus conclusiones a la manera ya descrita del arte; es decir, cerradas, impecables y ocultando los mecanismos que las hacen funcionar. Es aquí donde entra otro proceso vital: la técnica. Mientras que la composición plástica podría ser catalogada como pintura, en realidad está construida a través de una forma de arte digital deliciosamente corrosiva: el glitch. Esta técnica consiste en descomponer la estructura digital de una imagen para dar con un resultado que “recicla” los elementos originales, pero los reorganiza restándole sentido a la “figura original”.

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Las piezas que nos regala Ian Benet se descomponen en tres sentidos: en la técnica, porque el glitch, la pintura y el collage se interfieren entre sí; conceptualmente, porque muestra cómo el perfume y el terrorismo van glitcheando los modelos que su contrario representa, y en la construcción del objeto como arte, porque la descomposición de las piezas nos invita no solo a descomponer, también a recomponer poéticamente (con libertad creativa dentro de las posibilidades de los elementos dados) cada cosa que ahí aparece. Y no solo se recompone la pieza, también nuestra percepción sobre lo tratado y, con un poco de suerte, se recompone la forma en la que acostumbramos leer arte y a otros objetos del mundo. Si Ian puede asociar perfume y terrorismo, tal vez nosotros podemos hacer asociaciones que reconfiguran nuestro lugar en el mundo y eso podría ser un ejercicio fantástico.

Su serie se llama Fumes From a Burning Substance (Los humos de una sustancia en llamas) sugiriendo, tal vez, que los humos que perfuman Occidente son resultado de aquello que arde en otros lados…