“Florido y espinudo” es como describe el poeta chileno Pablo Neruda a México; así fue también su íntima relación con Morelos.
Seducido por una caótica situación social –que posiblemente le recordaba a la de su país de origen– pasó muchos años en México. El poeta volcó buena parte de su vida en desenmarañar la vertiginosa mezcla de tradiciones y tránsitos implícitos en la lucha, aún palpitante, del campesino morelense en los tiempos que siguieron a la Revolución.
Uno de los motivos que lo llevaron a profundizar en este estado, naturalmente fue la presencia de Emiliano Zapata, patente en el corrido que el poeta compuso en honor al General:
(…) Yo renuncio a mis párpados celestes, Yo, Zapata, me voy con el rocío, de las caballerías matutinas, en un disparo desde los nopales, hasta las casas de pared rosada. La hoguera agrupa al aire desvelado; grasa, sudor y pólvora nocturna.
Las palabras de Neruda revelan una fuerte conciencia sobre la transformación del país; de los cambios en la gente y también de la nuevas oportunidades que esto traía consigo.
A la par de la reforma agraria, el movimiento zapatista estaba desarrollando una serie de proyectos pioneros, entre ellos la Ley Puente, una suerte de divorcio express, lo que hacía de Morelos un destino más que turístico. El mismo Neruda disfrutó estas ventajas al divorciarse de su esposa, al igual que varias celebridades de la época, como Pedro Infante.
En este contexto de coqueteos con nuevas formas de vida que corrompen lo “bien visto” de antaño, casi resulta natural enterarse del altercado que sufrió Neruda en el Hotel Parque Amatlán, en Cuernavaca, en 1941.
Se cuenta que él y algunos acompañantes fueron atacados por un grupo de supuestos simpatizantes del partido Nazi, a punta de sillazos. A pesar de que el lugar era propiedad de un alemán, no es claro si estos personajes estaban ahí casualmente o si habían sido mandados por alguien, pero es evidente que Neruda estaba tocando las fibras sensibles de los conservadores en un momento de efervescencia social.
Igual que Zapata, Neruda no tuvo miedo cuando de manifestar su postura política se trataba. Renunciar a los párpados, como dice el corrido, es precisamente no quedarse dormido ante las cosas; es sostener la mirada frente a la riqueza natural que parece desvanecerse, pero le pertenece a quien con sus propias manos la cultiva.
Y es que, entre tanta injusticia, este territorio parecía evaporarse –especialmente después de que Zapata fuera asesinado–. La estancia de Neruda en Morelos nos recuerda que, aún hoy en día, la tierra es de quien define cómo se trabaja. Así, la revolución podría transformarse en una tarea personal, que concretamos cotidianamente, con cada una de nuestras acciones.