Si alguien amó México por mera convicción y no por simple costumbre esa fue Chavela Vargas. La cantante de voz aguerrida, que se destrozaba la garganta en cada canción (buscando, tal vez y secreto, que fuese su último sonido), profesó un amor inmenso por nuestra tierra. Y si en un sitio se sintió tremendamente a gusto, fue en Tepoztlán, Morelos.
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El pueblo, que es en más de un sentido mágico, atrapó a la mexicana por elección, después de seducirla con las extrañas energías que más de uno ha atestiguado. Es bien sabido que, como dice Chavela Vargas, en Tepoztlán hay un fuerza distintiva, incluso al tacto, las cosas más sencillas se presentan diferentes.
Chavela nos da un breve y precioso recorrido por su pueblo querido, en esta entrevista, que es una auténtica rareza. Comienza diciendo: “Caminando sola por la vida, vine a parar a Tepoztlán y me acogieron con mucho cariño.” A continuación nos lleva al centro del pueblo, donde están el mercado, el ex convento y se realizan los intercambios culturales más relevantes.
Entre indígenas, mestizos, extranjeros, turistas acaudalados y otros con pinta más new-age Chavela se deja cobijar por la diversa vida tepozteca. Arriba, dice, allá por la pirámide, están los dioses del pueblo. No lo dice con ligereza, sino con plena convicción. A continuación, nos cuenta la historia de su icónica canción “María Tepozteca”, erótico poema musical inspirado en una curiosa experiencia con una joven del pueblo.
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Cuenta Chavela con toda la franqueza del universo, que ella y Diana, su amiga tepozteca, se pasearon en una carreta llena de rosas. El episodio que, evidentemente deriva de una buena “guarapeta”, termina con Chavela, en una cruda inmensa, observado en el cuerpo desnudo de su amiga y embelesada por la escena, imagina una deliciosa canción.
Diana platica en el video, con lágrimas en los ojos, lo conmovida que estaba al recibir el regalo de parte de esta inmensa mujer. Lo magnífico, tal vez sea, la naturalidad con la que la Chavela Vargas relata y manifiesta el erotismo, lo que su amiga le provoca. Esta naturalidad, tal vez leída con descaro, es al final denunciada por un joven Miguel Bosé, que con admiración sonríe ante las ocurrencias de esta fantástica creadora.
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