Sorprendentemente, Morelos parece ser “el mismo de siempre”. Tal vez sea que la conexión entre la gente y la tierra aquí es muy fuerte. Tal vez lo es tanto que ni los cambios más radicales en la sociedad y el mundo alrededor tienen la potencia como para modificar demasiado nuestros pueblos. Esto es fantástico y misterioso y demuestra que sin duda hay un amor profundo al patrimonio heredado, al natural y al arquitectónico.
Claro que hay cosas nuevas, edificios maravillosos y contemporáneos; calles y avenidas que cambian el empedrado por el liso cemento. Casas y albercas y coches y plazas y cines y tiendas. Pero cuando admiras viejas fotografías se hace evidente que Morelos es el mismo de siempre; la gente cambió de ropas y destinos, pero apaciblemente transitan por lugares que no pierden su encanto de antaño.
Tlayacapan, por ejemplo, a pesar de la inevitable llegada de nuevos habitantes y el alza de preciosos hoteles y restaurantes, ha cambiado poco y mantiene tradiciones eternas, como su producción artesanal, el cultivo de nopal y, por supuesto, la música de banda, que resuena en los morelenses desde la Revolución.
Yautepec fue la primer capital del estado, pues en su momento fue una de las regiones productivas más importantes de la zona. La urbanización sin duda la ha tocado, pero las dinámicas sociales siguen siendo similares. En las tranquilas calles, igual que siempre, los vecinos se saludan amablemente, todas las mañanas y todas las tardes.
A Cuautla le llaman la Capital Histórica de Morelos, pues fue escenario de momentos cruciales para la narrativa social y cultural no solo del Estado, también del país. Por aquí pasó y luchó Zapata y en este bello sitio aún se escuchan ecos de su caminar revolucionario.
Cuernavaca sí ha cambiado, pero, al mismo tiempo, cada cosa nueva se adapta a la configuración determinada por el pasado. No queda más. Aquí la historia es muy importante. Cuidadosamente se combinan entonces reservas naturales con nuevos museos, zonas arqueológicas antiguas con edificios extravagantes y contemporáneos. Lo mejor del antes sigue dominando el paisaje.
En Tepoztlán el tiempo ha pasado despacio. Los pobladores se aseguran de que una noción fija de “progreso” no llegue a lastimar las cosas más queridas. Así, los cerros siguen siendo imponentes y están despoblados; las calles siguen siendo empedradas; los templos siguen tan parecidos como se puede al momento de su origen colonial y la pirámide, joya del pueblo, se alza de la misma forma en la que la vieron nuestros ancestros.
