Nuestra vida cultural está marcada por una larga historia de curiosas migraciones. Algunas antiguas, de cuando hermanos de las zonas de Oaxaca, Guerrero, Puebla y la Ciudad de México, se acercaron a nuestras tierras fértiles. Otras contemporáneas, como cuando una caravana internacional, en busca de un sitio donde vivir sanamente y en estrecha conexión con la tierra fundó su ecoaldea en Tepoztlán. Las modernas fueron sin duda muy interesantes y una de las más curiosas fue la migración de los japoneses a Morelos.
Tal vez la presencia nipona en nuestra tierra ya no es tan evidente, pero hay una curiosa y potente relación entre Morelos y el mágico país de Oriente que aún resuena orgullosa. Por otro lado, la forma en que los japoneses habitan una tierra “ajena” es muy peculiar. “Respeto” posiblemente sea la palabra clave, si se trata de describir este modo de “habitar” un espacio. Ellos procuran no incidir demasiado en las dinámicas locales y, al mismo tiempo, protegen sus costumbres y su identidad, encontrando la forma de ensamblarla, delicadamente, a pesar de los duros contrastes.
A los japoneses (y a sus descendientes) cuando viven en otro país se les llama nikkei. Hay comunidades de este tipo en todo el mundo; pero en México son mucho más comunes de lo que uno imaginaría. La historia de los nikkei en Morelos es un relato de guerra, de compasión y de territorio.
Japoneses en México
Según la historiadora Ota Mishima a México han habido 7 grandes migraciones japonesas. La primera y aún muy relevante fue a finales del siglo XIX, cuando algunos colonos agrícolas y emigrantes llegaron al estado de Chiapas para cultivar café. Ellos aún tienen una presencia importante en este estado y son una comunidad muy querida. Otros japoneses llegaron a trabajar: a principios del siglo XX, los habían contratado en la industria minera, la ferrocarrilera y hasta en las plantaciones de caña. Otros llegaron de forma ilegal, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial.
Un periodo oscuro en esta historia
México fue hospitalario con estos grupos semi cerrados que se instalaron en diferentes estados. Pero, durante los años 30 un evento cambió todo. Japón y Estados Unidos entraron en guerra y bajo la presión del gobierno estadounidense, el presidente Manuel Ávila Camacho comenzó a ser muy vigilante de la comunidad japonesa en México y, porque su lado en la guerra estaba muy claro, decidió que nuestro país rompiera todas sus relaciones con Japón (incluido el comercio y hasta los intercambios postales).
Los estadounidenses tenían un miedo quasi paranoico de que los nikkei mexicanos se organizaran para atacar el norte y estaban seguros de que, al culminar la guerra, intentarían colonizar nuestro país. Después del ataque a Pearl Harbor las cosas se pusieron mucho más intensas. Todos los japoneses en México fueron llevados por la fuerza (aunque no violentamente) hacia el centro del país, donde fuera más fácil controlarlos. Además de eso, sus cuentas de banco y bienes fueron congelados, se clausuraron sus centros de reunión y también se les quitó la nacionalidad a quien se hubiera naturalizado antes de 1939.
Como nunca, se les impuso un terrible estigma racial, que aseguraba que por ser japoneses respondían con ojos vendados al gobierno de su tierra y que solo estaban aguardando órdenes de ataque. Pero los japoneses estaban más bien deprimidos. Amando aún al país que los había adoptado, vivían vigilados, asustados e incomunicados de sus familiares en Japón.
El “campo de concentración” en la ex hacienda de Temixco
Así empezaron los campos de concentración. En Estados Unidos más de 120 mil japoneses fueron puestos en estos sitios. En México las cosas resultaron un poco distintas y ciertamente afortunadas. Ningún japonés fue expulsado o enviado al norte. Además, algunos japoneses prominentes y acaudalados, personajes relevantes en el país, formaron el Comité de Ayuda Mutua y encontraron la manera de hacerse de edificios y terrenos para generar refugios (sí, sitios de confinamiento, pero no de violencia física) donde los japoneses puedieran vivir relativamente tranquilos.
Los personajes del comité eran también curiosos. Estaba el señor Matsumoto, que se dedicaba a la producción de bonsais (coincidentemente común en la zona de Morelos) y que, supuestamente, introdujo las jacarandas a nuestro país (definitivamente icónicas en nuestra tierra). También estaba el señor Kato, que tenía una empresa de textiles japoneses que eventualmentese se dedicó a exportar (ni más, ni menos que) paliacates. Y también estaba el doctor Tsuru, pionero en México en elaborar farmacéuticos naturistas (otra profesión preferida en nuestra tierra, por supuesto ligada a la medicina tradicional).
Se dice que fue Matsumoto el que se encargó de comprar la ex hacienda en Temixco, donde más de 600 nikkei fueron recluidos para dedicarse a la siembra de vegetales y, por supuesto, al cultivo de arroz. Ahí habitaron hasta que se terminó la guerra.
El samurái de Cuernavaca
Cuentan que Manuel -Kaichi- Abe Matsumura fue el primer emigrante japonés en la ciudad de Cuernavaca y es sin duda un ilustre personaje de nuestro estado. Desde que llegó se dedicó al comercio: tenía una tienda en el antiguo Mercado de Juárez de la calle Guerrero. Ahí le tocó vivir la revolución zapatista, el sitio de cuernavaca y la presencia de muchos personajes, incluido el General Emiliano. Cuando las cosas se calmaron, echó a andar un ingenio abandonado en Actopan y comenzó a vivir su vida en familia. Cuernavaca se volvió importantísima entonces y recibió a personajes como Dwight Morrow, Diego Rivera y Malcolm Lowry. Pero le tocó ser difamado por un tal señor gobernador Castillo López que uso como pretexto la Segunda Guerra para acusar a Don Manuel Matsumura de espía y meterlo en la hacienda de Temixco con sus paisanos. En un triste acto, se le permitió venderle a dicho gobernador su ingenio por una décima parte de su valor, a cambio de su libertad. Años después murió en Cuernavaca. Aún es llamado el samurai de la ciudad y está enterrado en el panteón de La Leona.
Ciudades hermanadas…
A pesar de todas las vicisitudes, los japoneses que viven aquí aman nuestra tierra como si fuera la propia. Se demuestra constantemente y hay un esfuerzo grande por mantener muy activo el intercambio cultural y comercial entre Japón y Morelos. Los nikkei son felices por acá.
Casi como para curar la herida, en 1978, japoneses y mexicanos hermanaron cariñosamente a la ciudad de Ōtaki y a la de Cuernavaca. Es curioso: el acto de hermanar ciudades surgió en Europa, después de la segunda guerra, como un acto para acerca a dos espacios que tal vez necesitan reivindicar sus parecidos…
*Fuentes de consulta:
*Japoneses la comunidad en busca de un nuevo sol naciente, Sergio Hernández Galindo.
*La Colonia Japonesa en Temixco, rastreando sus orígenes, Brisa Katzuyo Mejía
*Del Japón a Cuernavaca La historia de un samurái en Morelos, Carlos Lavín Figueroa