Es curioso que los grandes personajes de la tradiciones morelenses representen con tanta euforia nuestro evidente mestizaje. En un país donde la discriminación sigue activa (y en todos los sentidos) han sobrevivido desde la colonia, una serie de figuras que celebran esta suerte de doble naturaleza.
Los más evidentes son los chinelos, famosos por la danza que ejecutan; pero bien recordados porque parodian a los hacendados españoles. Otra figura muy interesante es la de los matacueros en Yecapixtla, que nos recuerda el sufrimiento que vivieron los indígenas durante la conquista. El mismísimo Tepoztécatl, dios y hombre al mismo tiempo, es una figura de nuestra mitología que narra las fases de este proceso de remezcla cultural y también genética.
Los morelenses hoy somos de todos los colores y se hace evidente hasta en nuestros actos más cotidianos. Nuestra “doble naturaleza” (indígena y católica) se ha transformado en un abanico tremendo de miles de vidas entrelazadas por el cariño a una tierra. Y aún así, se encuentra vivo un asunto escabroso, entre lo racial y lo religioso, incluso lo económico y sociocultural.
Y frente a tantas problemáticas complejas, hay una figura humilde, que no goza de tanta fama como los chinelos, pero también danza. Son las tetelcingas. Las mujeres originarias del poblado de Tetelcingo, cerca de Cuautla, han mantenido su vestimenta típica y la portan orgullosamente desde hace muchas generaciones. Por eso se considera que el de las tetelcingas es el traje típico femenino en Morelos. Consiste en un huipil de color azul oscuro o marino, una falda negra, una faja igualmente negra y un chiquihuite en mano, pues las tetelcingas bajan desde sus casas en el cerro a vender ricos productos artesanales y silvestres a los mercados. Cosechan lo que tienen a mano, hacen algunas tortillas y viven de vender estas delicias, que van cargando en el chiquihuite.
Abraham Sandoval, compositor oriundo de Cuautla, les compuso a estas mujeres una canción que se transformó en danza y ahora le da vida a las tetelcingas en todos los rincones de Morelos. La preciosa letra bilingüe (porque se canta en español y náhuatl) pone en palabras simples la compleja historia de estas mujeres: ahora llamadas Marías (a veces despectivamente) se nos olvidó que, efectivamente, durante la colonia, cuando las indígenas fueron bautizadas se les puso como primer nombre de pila María. El diminutivo del nombre de la Virgen es “mariquita”, expresión también usada despectivamente en nuestros tiempos, pero que antaño era usada con cariño.
Dice también la letra “soy de raza Tlahuica, mi lengua es mexicana”, detalle crucial, pues en México el español está plagado de palabras con origen en lenguas nativas, particularmente el náhuatl. Y por último cierra esta linda canción: “uso huipil de lana y nadie me lo quita”, una declaración preciosa que, sin tapujos se aferra a esta naturaleza que, en tiempos de la colonia y tristemente aún en estos días, se empujó al segundo plano.
Ahí te va la canción cantada efusivamente en náhuatl:
Así se lee la preciosa letra en español:
“Traigo tortillas blancas
suaves y calientitas
buenas y tan bonitas
cómprelas marchantita.
Corriendo y sin descanso
con mi chiquihuitito
envuelto en su ayatito
por detrás yo lo cargo.
De Tetelcingo vengo
en Cuautla muy cerquita
me llaman mariquita
pero otro nombre tengo.
Soy de raza Tlahuica
mi lengua es mexicana
uso huipil de lana
y nadie me lo quita“