Grandes viajeros en la historia del mundo hay muchos. Todos nos han dejado preciosas lecciones. Uno de nuestros favoritos, sin duda, es el escritor Jack Kerouac, que se dejó encantar por México en más de una ocasión. De él aprendimos a mirar los rincones que exploramos sin ganas de conquistarlos; al contrario: permitiendo que estos nos conquisten.
Para nosotros, como para Kerouac, el mundo es un territorio que nos es ajeno, pero que más vale tratar como si fuera sagrado. Hay que recorrerlo preparados para que nos transforme y hay que dejar que lo haga bajo sus propios términos.
Con eso en mente y bien dispuestos, nos dimos una vuelta por algunos municipios del noreste del estado. Nuestras miradas quedaron francamente fascinadas con los paisajes y los colores. El buen sabor que nos quedará por siempre, —aunque sí es, en gran medida por lo rica que está la comida— se lo debemos a la gente linda que nos presentó la vida auténtica de los morelenses.
Hay que decirlo: estos lugares dependen en gran medida de sus atracciones turísticas, algunas de las cuales se encuentran cerradas para su restauración a raíz del sismo de 2017. A pesar de esto, la gente continúa sus labores cotidianas, su espíritu comunitario y la producción artesanal que nos ha hecho tan reconocidos. Hoy más que nunca, vale la pena una buena zambullida.
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Yecapixtla
Que sea famosa por su comida, tiene buenas razones de fondo. Todo es extremadamente fresco y bastante barato. En general, los platillos acostumbran estar bien servidos y se presentan espectacularmente. Se puede disfrutar la calidad de la cecina, conocida a nivel nacional; también gran cantidad de mariscos y pescados. Las artesanías son ingeniosas y explotan los elementos del lugar, como unos curiosos alacranes de gran tamaño sumergidos en ámbar y otras resinas preciosas y muñecos de chinelos confeccionados con semillas y plumas.
La miel proveniente de este lugar es un completo deleite. Es sorprendente lo mucho que varía el sabor de cada tipo dependiendo del alimento de las abejas: pueden ser flores de cazahuate, girasol, naranjo, flor de monte o cedro. El pulque es un elemento indispensable para los morelenses, desde tiempos prehispánicos y actualmente lo puedes encontrar en su sabor puro, tradicional, o en un sin fin de curados frutales. Una bebida refrescante y potente, con todo el sabor de Morelos.
En Yecapixtla es bien conocido el mercado de ganadería y peletería. Para el aficionado a los jaripeos, este lugar es fantástico; los artesanos fabrican espuelas y sillas de montar; todos los sombreros conocidos por el hombre y cuerdas y lazos finos. Si estás buscando robarte a tu enamorada al más clásico estilo morelense —a caballo hacia el amanecer— este es un lugar de ensueño para prepararte. Además, la carne aquí no podría estar más fresca, tanto así que está aún tibia. Puedes encontrarlo todos los lunes en la mañana frente al malecón de Yecapixtla.
Tlayacapan
La gente del lugar ha volcado toda su creatividad en la confección de objetos de barro. No sólo puedes encontrar las macetas más variadas del estado, sino un amplísimo panorama de objetos decorativos hechos de este especial material. Además muchos están bañados en coloridos esmaltes tornasolados. Aunque es uno de los municipios, definitivamente dañados por el sismo, en Tlayacapan hay otra suerte de riquezas.
Varios son los lugares que destacan por su calidad gastronómica, como EMILIANO’S, de comida gourmet tradicional mexicana y el Restaurante “La esquina”, especializado en comida vegetariana. El paisaje es otra maravilla. Especialmente los infinitos campos de nopal a las faldas del majestuoso cerro.
Zacualpan
En este lugar parece no haber una gran cantidad de turismo: las cosas que se producen aquí son consumidas por los propios pobladores, que se reúnen en el mercado tanto para abastecerse como para pasear. La atmósfera es increíblemente amistosa; la gente ríe y camina con calma. El mercado es un paisaje bien coloreado. Zacualpan es conocido por sus fábricas de aguardiente, que siguen produciendo gran número de sabores y mezclas en sus bebidas, que se pueden conseguir en sus presentaciones de “dos y cuatro cuadras.”
En pocos lugares hemos sentido un ambiente comunitario tan profundo como en este pueblo. Sin duda, el centro de la vida social es el mercado y el concepto de intercambio (y trueque) es vital. Una o cosa o dos le podemos aprender a los pacíficos habitantes de Zacualpan.
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Hueyapan
Es interesante aproximarse a este sitio, manejando en medio de un paisaje árido y caluroso, en una carretera desierta y llegar de pronto al bosque que aloja Hueyapan, donde hay neblina y una atmósfera de invierno.
La devastación provocada por el sismo es aquí, muy evidente. Pero entre los escombros aún presentes refulgen los colores entre las manos de sus artesanas. Uno de los atractivos principales de este lugar es la confección tradicional de piezas textiles. Estas se hacen con lana de borregos del lugar, cada vez más escasos, teñidos utilizando secretos familiares prehispánicos.
Uno muy especial es el uso del añil; un líquido misteriosamente fermentado, heredado por las abuelas, que se ha pasado por generaciones centenarias. Con este se tiñen los azules. Nadie parece saber de qué está hecho el añil, porque la fórmula se perdió, pero casi con fé las artesanas siguen alimentando el fermento y nunca ha dejado de funcionar.
Además, se usan distintos productos animales y frutales para crear los intensos colores, como grana cochinilla, cáscaras de nueces y pieles de naranjas y limones. Los tonos obtenidos son extraordinariamente vívidos y cada tejido es único. Cuenta una señora, que sus piezas tardan varios días en estar acabadas y que en ellas están impresos todos sus enojos y sus alegrías. Por eso le cuesta trabajo desprenderse de ellas.
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Atlatlahucan
Este sitio, particularmente, tiene una atmósfera familiar muy agradable. Las calles están a la vanguardia del mural de arte urbano. En muchas destacan imponentes pinturas que cuentan historias de los jóvenes del lugar. Definitivamente una iniciativa bien explotada.
Además de sus bellas fachadas, uno puede deleitarse con el espectáculo de luz y sonido en las tardes de domingo, cuando colorean la fuente principal del zócalo con llamativas luces subacuáticas. O sentarse a admirar la grandeza del Popocatépetl, desde el lindo zocalito con arquitectura afrancesada.
Todos estos sitios son extraordinarios y sutiles por naturaleza, pero dependen del turismo para sustentarse; aunque tal vez esta no sea su única alternativa. Después del sismo se vale pensar que quizá es tiempo de empezar a ver qué más puede surgir de Morelos, si la gente deja de trabajar para cautivar a los visitantes y se enfoca más en su desbordante creatividad y vitalidad. Al fin y al cabo, los buenos viajeros van por el mundo dejándose cambiar por los lugares. Nosotros queremos vivir un Morelos auténtico. ¿Y tú?
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